El pasado martes 18 de abril, el ministro de Asuntos Exteriores de Venezuela, Yván Gil, se reunió con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov en Caracas. Este último realiza su segunda parada estratégica en Latinoamérica, con la que pretende reforzar los lazos que posee con este país. Desde que comenzaron las relaciones diplomáticas entre ambos países, han firmado más de 300 acuerdos en materia de cultura, educación, comercio y defensa. En esta última oportunidad, se comprometieron a fortalecer su cooperación en los sectores de energía y finanzas, además de su relación de interconexión aérea y marítima. Esto ha puesto en el foco de la conversación nuevamente la relevancia de Rusia como potencial aliado estratégico de aquellos países abiertamente antiamericanos, como lo son Nicaragua, Cuba y Venezuela. Así pues, se hace necesario reflexionar sobre el fortalecimiento de las relaciones bilaterales entre países de la región y el Kremlin. Sobre todo, es preciso entender la estrategia geopolítica rusa y lo que su presencia en Latinoamérica representa.
Rusia ha mantenido relaciones diplomáticas con varios países de América Latina durante muchas décadas. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética estableció relaciones estrechas con Cuba y Nicaragua, a los que proporcionó asistencia militar y económica significativa. Sin embargo, tras la caída de la Unión Soviética en 1991, las relaciones con estos países se enfriaron. De modo que en la década de los 90 y principios de los 2000, Rusia volvió a interesarse en América Latina.
Rusia en América Latina
Este interés por parte del Kremlin fue impulsado por la llegada de Putin al poder y se favoreció con la recuperación económica de Rusia y la «marea rosa» en Latinoamérica. Esta marea, que se refería al aumento de líderes y gobiernos de izquierda en América Latina a partir de la primera década del siglo XXI, parece resurgir como una nueva ola progresista. En efecto, el fantasma de esta marea recorre desde hace algunos años la región, pues líderes de la izquierda han llegado a la presidencia de México, Argentina, Bolivia, Perú, Honduras, Chile, Colombia y Brasil. En vista que la marea de inicios de siglo permitió a Rusia afirmar su papel como potencia global y desafiar el orden mundial unipolar, se espera que su agenda incluya, precisamente, el fortalecimiento de las relaciones con estos países.
Venezuela resulta especialmente atractiva para Rusia por sus recursos naturales y por ser una puerta de entrada privilegiada al sur del continente. Además, su régimen político autoritario comparte el discurso ruso sobre el declive de Occidente y la defensa de la multipolaridad en contra de Estados Unidos. Desde el punto de vista de Venezuela, tanto Chávez como Maduro han recibido respaldo internacional político, diplomático y militar por parte de la Rusia de Putin para sostener el régimen autocrático chavista. Además, Rusia ha servido también como una forma de sortear algunas de las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa. De modo que se hace notoria la existencia de incentivos para ambas partes de continuar sosteniendo sus estrechas relaciones de diplomacia y cooperación.
Sobre la estrategia rusa
Hay que entender que el enfoque de las relaciones de Rusia con América Latina ha sido selectivo geográficamente y ha variado en intensidad a lo largo del tiempo. Sin embargo, su atención se ha centrado en países que fueron aliados de la antigua Unión Soviética, países con posturas antiestadounidenses y países con importancia comercial, visibilidad e influencia internacional relativamente alta. Varios estudios concuerdan con que la estrategia rusa hacia Latinoamérica está dirigida a impactar las relaciones de poder entre Rusia y Estados Unidos, lo que ha convertido esta región en el escenario de una lucha entre superpotencias.
Aunque durante la primera década del siglo XXI, la estrategia rusa en América Latina pasó relativamente desapercibida, desde 2008, con la guerra ruso-georgiana, esta comenzó a ser observada y estudiada con mayor atención. Hoy, el marco de la guerra ruso-ucraniana reaviva la preocupación por entender el comportamiento del Kremlin. Esto, porque se prevé que el conflicto lo obligue a buscar formas de compensar el aislamiento político y económico que la invasión de Ucrania le ha valido.
Rusia y Venezuela
Precisamente, en aras de reafirmar su postura ante Estados Unidos, parte de los acuerdos firmados el pasado 18 de abril versan mayoritariamente sobre materia de cultura y educación. No obstante, es imperativo recordar que las relaciones entre ambos países se han basado históricamente en su cooperación militar. Así lo confirman Investigadores independientes y organizaciones como el SIPRI, que han recolectado información suficiente para tener una idea aproximada del volumen de la relación militar entre Rusia y Venezuela. En el periodo 2007-2016, el 84,16% de las transferencias de armamento rusas a Latinoamérica fueron compradas por Venezuela, por un valor de 3.498 millones de TIVs (Trend-indicator value). Las adquisiciones incluyeron fusiles de asalto, helicópteros de ataque, aviones de combate, tanques, sistemas de radar móvil, sistemas de vuelo simulado, vehículos blindados y artillería autopropulsada.
Traer a colación el peso de la ayuda militar entre estos países resulta relevante para entender la preocupación de que este apoyo militar se traduzca en una mayor antipatía por parte de Venezuela hacia Estados Unidos. A fin de cuentas, se ha visto que la ampliación de la capacidad militar venezolana ha sido fuente de mayor poder de negociación para Venezuela. Se comprenderá, pues, que el fortalecimiento de las relaciones entre Rusia y el país sudamericano representa un peligro para la hegemonía estadounidense. En especial, porque supondría la sustitución de esta por la influencia más patente de gobiernos autoritarios con políticas exteriores revisionistas, como lo es Rusia.
Con la cabeza fría
Ahora bien, partiendo de las suposiciones presentadas, es valioso analizar hasta qué punto están fundamentadas las preocupaciones norteamericanas. Primero, la relación entre Rusia y Venezuela ha pasado por momentos difíciles, a pesar de que Venezuela es uno de los aliados geopolíticos más cercanos que tiene Rusia en América Latina. Hace unos años, el régimen de Maduro dependía de la ayuda de Moscú y era un paria internacional. Las sanciones, la mala gestión de la industria petrolera y la caída de los precios del petróleo llevaron a Venezuela a una crisis socioeconómica sin precedentes. A pesar de las expectativas de su caída, el régimen de Maduro se mantuvo en el poder, siendo el respaldo de Rusia el responsable en buena parte. Tanto así, que para mitigar el riesgo de sanciones secundarias, se implementaron complicados esquemas de exportación de petróleo venezolano a mercados no occidentales.
No obstante, esta aparente dependencia de Venezuela a Rusia sufrió cambios patentes con la invasión de Ucrania. La situación financiera del régimen chavista de Maduro mejoró considerablemente gracias a la campaña de Occidente para reducir los ingresos petroleros de Rusia incentivando la búsqueda de fuentes alternativas de petróleo. Esto, porque Estados Unidos accedió, en una movida geopolítica histórica, a reducir la rigidez de sus sanciones a Maduro con tal de hacerse de sus reservas de petróleo. Lo cual se evidenció con el encuentro entre el representante venezolano y John Kerry, el exsecretario de Estado de EE. UU. y actual enviado climático. Con lo cual, se observa que Venezuela se ha convertido en un socio mucho más valioso para el gigante norteamericano.
En líneas generales, el liderazgo de Venezuela se muestra confiado en poder recuperar los ingresos petroleros del país, logrando una producción de 1.2 millones de barriles diarios en los próximos dos o tres años. Aunque en 1998 la producción alcanzaba los 3.5 millones de barriles diarios, se estima que se necesitarán siete u ocho años y una inversión de al menos $250 mil millones para volver a esos niveles de producción. Sin embargo, se cree que el financiamiento necesario está disponible, y ahora que Occidente ha decidido no seguir haciendo negocios con Rusia de la misma manera, existe también la voluntad política para llevar a cabo este proyecto.
Esto significa una oportunidad para la recuperación de la economía venezolana, lo que podría acelerar la posibilidad de que Maduro gane las elecciones de manera justa, especialmente porque la oposición no representa una amenaza seria actualmente. Sin embargo, aún cuando este escenario no se dé, Maduro podría incumplir la promesa de elecciones libres y justas sin que esto produzca que se restablezca por completo las sanciones petroleras. A fin de cuentas, Occidente seguirá teniendo necesidades energéticas que Rusia no podrá satisfacer.
De modo que, con lo expuesto hasta ahora, se pone de manifiesto que la influencia rusa, aunque importante, es mucho más limitada que en décadas anteriores. Sus malas decisiones geopolíticas la han envuelto en conflictos que vulneran su posición y sirven de pretexto para que Occidente retome sus antiguas relaciones con Venezuela. Lo cual, además de que reduce la incertidumbre sobre un potencial crecimiento del sentimiento antiamericano, reduce la plausibilidad de un mundo multipolar liderado en parte por Rusia. Una vez más, la historia se repite y se prevé la relegación del gigante eslavo ante otros actores extranjeros de mayor peso en el mundo y —probablemente— en la región latinoamericana, como China o Irán.