El momento político-institucional
Desde el punto de vista político-institucional, va a ser un año que nos dirá si las dos grandes potencias regionales (Brasil y México) tienen capacidad para liderar a la región.
En el caso de Brasil para comprobar si el regreso de Lula da Silva a Planalto se traduce en “una vuelta de Brasil” al escenario internacional y regional. En lo tocante a México para saber si se dirige hacia un final de sexenio tranquilo (algo que no ha ocurrido en este país desde los años 60) o las señales de incremento del disenso que existen en la actualidad se profundizan de cara a las presidenciales de 2024.
Es una encrucijada para los dos grandes proyectos de carácter reformista que existen en la región: Chile y Colombia.
Para comprobar si Chile consigue por fin dotarse de una nueva carta magna tras el pacto alcanzado por la mayoría de la clase política del país este mes de diciembre. En Colombia, 2023 debe confirmar si el plan de reformas de Gustavo Petro sigue caminando, como hasta ahora, sin graves obstáculos o si desaparece el actual efecto teflón del que goza el mandatario.
Año decisivo para que el futuro de la gobernabilidad y la institucionalidad democrática en muchos países y para que se alcance un acuerdo entre el gobierno y la oposición en Venezuela por el cual se dé una pacífica y consensuada transición hacia unas elecciones que reconozcan las fuerzas políticas nacionales y la comunidad internacional. También es un año clave para gobiernos acosados por la inestabilidad como el de Perú -seis presidentes en seis años- o para aquellos que han visto como las pugnas internas paralizan la marcha de la nación (Ecuador, Bolivia, Costa Rica y Honduras).
Desde un punto de vista electoral, América Latina va a vivir un año marcado por la celebración de tres comicios presidenciales (en Paraguay, Guatemala y Argentina) y una cita en las urnas en México de carácter local pero muy importante de cara a las elecciones presidenciales de 2024.
PAÍS | FECHA ELECCIONES |
Paraguay | 30 de abril (una sola vuelta) |
Guatemala | 25 de junio (primera vuelta)
27 de agosto (segunda vuelta) |
Argentina | 22 octubre (primera vuelta)
Noviembre (segunda vuelta) |
Fuente: elaboración propia
Todo apunta a que estas elecciones van a ratificar lo que está ocurriendo en la región desde 2015: que existe un permanente y constante voto de castigo a quien está en el poder y no tanto un giro a la derecha (2015-2020) o a la izquierda en este último bienio.
De hecho, desde 2018 en el 76% de elecciones que ha habido (presidenciales, legislativas estaduales o locales) en América Latina han vencido las oposiciones. Y en 14 de los 15 últimos comicios para elegir presidente ha ganado la oposición.
Paraguay abre el momento electoral latinoamericano de 2023 pues celebra comicios (a una sola vuelta) en abril. En principio, Paraguay rompería la tendencia de victorias opositoras en América Latina ya que el Partido Colorado es favorito: pero que la oposición vaya unida en torno a Efraín Alegre y las tensiones que se viven al interior del coloradismo entre partidarios y detractores del expresidente Horacio Cartes abren una ventana de oportunidad para la alianza opositora.
Para las elecciones presidenciales en Argentina el kirchnerismo gobernante llega muy debilitado lo que incrementa las opciones de que haya voto de castigo al oficialismo si ganara la coalición de centroderecha, Juntos por el Cambio (centroderecha).
En cuanto a Guatemala, las primeras encuestas indican que:
Primero, había voto de castigo: Zury Ríos y Sandra Torres encabezan los sondeos mientras que el presunto candidato oficialista, Manuel Conde, no arranca en las encuestas.
Segundo: que no habría giro a la izquierda porque en ninguna medición se refleja que Thelma Cabrera de Codeca vaya a despuntar para reunir el voto anti sistema a gran escala.
La coyuntura económico-social
La América Latina que llega al año 2023 es, desde el punto de vista económico, una región sumida en un ya largo periodo de bajo o negativo crecimiento (desde 2014) que ha llevado a la región a crecer por debajo del 5% desde hace una década (salvo en 2021 por el efecto rebote tras la pandemia) hasta completar lo que la Cepal califica como una nueva “década perdida”. La segunda en 40 años en cuanto a expansión del PIB per capita. Frente a un crecimiento del 2% como media entre 1980 y 1989 (la anterior primera Década Perdida) ahora la región acumula una expansión de tan solo el 0,9% entre 2014 y 2023.
América Latina vive, por tanto, una crisis estructural que es asimismo integral porque abarca su modelo económico y de producción. En lo que va de siglo ha sido la zona en desarrollo de menor crecimiento en el periodo 2000-2020 y muestra rezagos en competitividad (solo dos países se encuentran entre los 50 mejor ubicados en la clasificación mundial) e innovación (solo un país de la región se sitúa entre los 50 primeros). Además, sigue siendo una de las regiones más desiguales (están 18 de los 50 países de peor resultado distributivo, medido a través del índice de Gini).
Más allá de fenómenos coyunturales (pandemia y Ucrania), persisten en el tiempo problemas más profundos. Los resultados en materia de innovación y competitividad muestran retrocesos bastante generalizados, precisamente cuando la humanidad vive una revolución tecnológica. En materia de innovación, Chile es el único país latinoamericano ubicado entre los 50 primeros con mejor desempeño a escala global, pero, aun así, ha sufrido un fuerte retroceso en los últimos diez años (desde 2011).
La coyuntura en 2023 va a estar centrada por el bajo crecimiento que lastra a la región, por la persistencia de la inflación y por la situación de algunos países que se asoman al precipicio de una posible crisis. Las dos grandes potencias regionales (Brasil y México, que supone más del 60% del PIB regional) van a padecer un bajo crecimiento que no va a superar en mucho el 1%.
Pese a todos los problemas que arrastra América Latina, en 2023 existen asimismo ventanas de oportunidad para la región. La presión sobre las cadenas de suministros globales y la necesidad de EE.UU. de crear cadenas más locales (nearshoring) y de tener acceso a materias primas convierten a la región en estratégica al poseer el 58 % de las reservas identificadas en el mundo de litio -metal fundamental para las baterías- así como el 41 % del cobre, el 24 % del níquel o el 39 % de la plata.
El rol de Latinoamérica en el mundo
2023 va a ser un año decisivo para relanzar, reforzar y rediseñar la relación entre la Unión Europea y los países de América Latina. España tendrá un papel destacado para lograr ese objetivo a través de dos grandes citas: la cumbre Iberoamericana de marzo, en Santo Domingo (República Dominicana), y, sobre todo, la cumbre UE-CELAC en la segunda mitad del año, coincidiendo con la presidencia española de la UE.
Esa renovada alianza eurolatinoamericana se alza como condición sine qua non para ir más allá: poder formar un triángulo virtuoso con EEUU para construir un bloque geopolítico, abanderado de los valores democráticos. También para diseñar una alianza económica y hacer de la IV Revolución industrial un proceso sostenible y sustentable. Y, por último, para dar forma a un pacto con vocación social, apoyado en sociedades equilibradas.
Como dice Andrés Allamand, secretario general iberoamericano, los “astros están alineados para que esto ocurra”: La Unión Europea aspira en 2023 a convertir a América Latina en pilar de su futura proyección internacional, situando a la región como uno de sus ejes prioritarios de su apuesta geopolítica. Un proyecto que nace tras el largo eclipse que ha sufrido el vínculo por los problemas internos europeos (crisis de 2008 y Brexit), por el cambio de prioridades geopolíticas por parte de Bruselas y por la apuesta latinoamericana por otros actores internacionales como China.
Para que la UE recupere ese protagonismo en América Latina y despliegue una estrategia eficaz frente al avance de China, la UE se encuentra ante el desafío de rediseñar el vínculo logrando que este vaya mucho más allá del mero intercambio comercial y posea otro tipo de componentes políticos, económicos, sociales, de seguridad y geopolíticos que vaya más allá de las tradicionales declaraciones de buenas intenciones. El rediseño y reimpulso del vínculo transatlántico entre la UE y América Latina se convierte en una de las herramientas principales para que la región latinoamericana salga de la periferia geopolítica en la que se halla y para que la UE recupere influencia, autonomía y presencia mundial.
Pero para que esto tenga lugar hay que lograr que la UE se interese por América Latina. Hasta ahora, a los gobiernos europeos no les ha movido la ilusión por ese proyecto como evidencia que la relación haya entrado en un largo impasse. Bruselas persigue retomar la relación estratégica tras siete años de no celebrar una cumbre UE-Celac, desde 2015. Por lo tanto, hay que conseguir que les mueva el interés y el pragmatismo. Europa debe ser consciente de que no solo le interesa, sino que necesita a Latinoamérica. Hay que trabajar el mensaje de que es muy importante América Latina, una región con problemas pero también con ventajas enormes: geoestratégicas, relacionadas con sus recursos naturales, su bono demográfico etc.
El vínculo transatlántico afronta el reto de dar un salto cualitativo y cuantitativo, aprovechando que la UE y América Latina son aliados estratégicos en dos áreas claves en esta tercera década del siglo XXI: en la preservación de la institucionalidad democrática y en la construcción del mundo de una IV Revolución tecnológica, sostenible y digital.