Aunque la invasión rusa de Ucrania ha puesto a Europa en el foco de la atención mundial, el Indopacífico sigue siendo el área de mayor importancia geopolítica y el escenario principal de la competencia hegemónica entre Estados Unidos y China. En 2011, tras diez años de una política exterior y de seguridad enfocada en el Medio Oriente y Asia Central, la Administración Obama lanzó la estrategia del Pivote hacia Asia, que buscaba fortalecer la presencia de Estados Unidos en dicha región. En ese contexto, el Acuerdo Transpacífico (TPP) se convirtió en el principal vector económico-comercial de dicha iniciativa. Sin embargo, el ascenso de Donald Trump acabó de un plumazo con la participación de Estados Unidos en las negociaciones de dicho tratado de libre comercio. Asimismo, marcó el inició de una guerra comercial en contra de China y dañó las relaciones con socios como Corea y Japón, tras exigirles que asuman una mayor responsabilidad financiera para sostener la presencia militar de Estados Unidos en la región.
A diferencia del enfoque unilateral y transaccional de su antecesor, la estrategia de política exterior de Biden para contrarrestar a China, busca reforzar sus alianzas en la región y reforzar mecanismos de cooperación como el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD), el AUKUS y crear nuevas iniciativas como el Marco Económico del Indopacífico (IPEF). El QUAD, es una iniciativa integrada por Australia, Estados Unidos, India y Japón. Dicho esquema ha sido erróneamente catalogado como la “OTAN de Asia”, sin embargo, no es una alianza formal, ni plantea la obligación de defensa mutua. El objetivo que la iniciativa dice perseguir es mantener un Indopacifico libre y abierto para la navegación y el comercio. Asimismo, contempla la cooperación en materia como el desarrollo y provisión de vacunas, seguridad marítima, desarrollo de infraestructura, cambio climático, tecnologías emergentes, ciberseguridad y cooperación espacial. Por otra parte, el AUKUS es un pacto militar centrado en la cooperación en materia de tecnología militar integrado por Estados Unidos, el Reino Unido y Australia. En el marco de dicho acuerdo, Australia adquirirá submarinos de propulsión nuclear. Asimismo el pacto fomenta la cooperación en áreas como la inteligencia artificial, la tecnología cuántica y cibernética y el desarrollo de cadenas de suministro.
Asimismo, durante la reciente visita de Biden a Asia, EEUU fortaleció su compromiso de cara a la defensa de Corea del Sur y Japón, y lanzó el IPEF. Dicha iniciativa no es un acuerdo de libre comercio y no provee acceso al mercado estadounidense, por lo que difícilmente puede competir con la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) liderada por China. La falta de ambición de la iniciativa propuesta por Estados Unidos refleja imperativos políticos domésticos como la tendencia a la relocalización de empresas e inversiones, la reindustrialización del país y la generación de empleos. Por ello, un nuevo tratado comercial que abra más la economía de Estados Unidos no conseguiría apoyo en un año de elecciones de medio término. Lo que puede resultar paradójico es que el IPEF incluye entre sus 14 miembros a 7 países de ASEAN que son parte del RCEP liderado por China. Ante la creciente interdependencia económica de los estados del Sudeste Asiático de cara a China, el objetivo de su participación es fortalecer las relaciones políticas y la cooperación en seguridad con Estados Unidos para apuntalar su posición frente a la presión que Beijing ejerce sobre el Mar del Sur.
Dicho acercamiento es relevante dado que Beijing ha reclamado más del 80% del Mar del Sur de China, incrementando su presencia militar en islas, plataformas artificiales y aguas adyacentes. Dichas pretensiones marítimas colisionan con los intereses de países como Vietnam, Malasia, Filipinas e Indonesia; que ven sus zonas económicas exclusivas significativamente limitadas. Esta área es estratégica para China no solo por sus recursos naturales, sino porque más del 80% del comercio y del 60% de la energía que importa el país, transita por las aguas de este espacio marítimo. Asimismo, China ha construido la mayor fuerza naval del mundo por número de embarcaciones, con más de 350 buques de combate. Más allá de servir para afirmar su presencia en el Mar del Sur de China, dicha capacidad naval es crucial para proteger las zonas costeras del país, incrementar su capacidad de proyección de poder más allá de la primera cadena de islas, prevenir un bloqueo del estrecho de Malaca y reducir el desbalance de capacidades de cara a un potencial conflicto con Estados Unidos.
Adicionalmente, China viene impulsando sus relaciones con los estados insulares del Pacífico Sur. Por ello, en abril firmó un acuerdo de cooperación en seguridad con las Islas Salomón, y recientemente el Ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, realizó una visita de 10 días a 8 países de dicha región con el propósito de concretar un pacto sobre seguridad y desarrollo. Si bien el acuerdo no se ha materializado, Beijing sabe del valor estratégico de tener presencia en un área que desde donde se podría interrumpir las líneas de comunicación entre Estados Unidos, sus aliados asiáticos y Australia, en una hipótesis de conflicto.
Otro vector de conflictividad es Taiwán, Isla que a pesar de ser reconocida como parte de China por la mayoría de países del mundo, no se encuentra bajo el control efectivo de Beijing. Por ello, la reunificación nacional es vista como un imperativo irrenunciable en el marco del objetivo de Rejuvenecimiento Nacional planteado para el año 2049, cuando la República Popular China cumpla 100 años de fundación. Sin embargo, salvo que tenga lugar un hecho extraordinario, es altamente improbable que China lance una operación militar para retomar el control de Taiwán en los próximos meses. Ello equivaldría a incorporar una fuente de incertidumbre en un contexto en donde el Covid-19 empieza a ceder, el crecimiento económico se ha ralentizado y a cinco meses de un vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino donde se espera que Xi Jinping obtenga un tercer mandato. Aunque Estados Unidos ha mantenido una política de ambigüedad estratégica mediante la cual reconoce que existe una sola China y que Taiwán es parte de ella, no obstante mantiene relaciones oficiosas con la administración de la isla y le provee de armamento en virtud del Acta de Relaciones con Taiwán. Por consiguiente, que el Presidente Biden haya manifestado que Estados Unidos intervendría militarmente en caso China trate de retomar la isla por la fuerza, pone en cuestión una política ambigüedad cuyo debilitamiento ha sido directamente proporcional a la creciente competencia hegemónica entre China y Estados Unidos. Por ello, todo apunta a que el pulso sino-estadounidense alcance mayores cotas de conflictividad y tensión en el ya complejo tablero del Indopacífico.