¿Hacia dónde caminará el Perú? La amenaza fantasma de un nuevo “quinquenio perdido”

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La historia del Perú, como la de otros muchos países del mundo y de América Latina, es una sucesión de periodos de certezas e incertidumbres, épocas de estabilidad y situaciones de ingobernabilidad.

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Introducción

La historia del Perú, como la de otros muchos países del mundo y de América Latina, es una sucesión de periodos de certezas e incertidumbres, épocas de estabilidad y situaciones de ingobernabilidad. 

Las elecciones presidenciales de este año 2021, bicentenario de la independencia, no hacen sino confirmar que Perú vive uno de esos periodos recurrentes de su historia de zozobra e inestabilidad política e institucional. El país viene de un quinquenio perdido (2016-21) en el que ha habido 4 presidentes, dos congresos y una permanente guerra paralizante entre legislativo y los diferentes  ejecutivos y todo apunta a  que ese va a ser el escenario del próximo quinquenio (2021-26) gobierne Pedro Castillo, lo más probable, o Keiko Fujimori. 

En realidad, al menos desde 2011, desde el final de la segunda presidencia de Alan García, el país perdió la brújula. Con García existieron esbozos de un proyecto país: mayor apertura de la economía como eje de la matriz de desarrollo; cierta aspiración a ejercer un liderazgo regional a través de la Alianza del Pacífico, e incluso una ambición nacional capaz de unificar en torno a un proyecto común a la heterogénea sociedad peruana. En ese sentido, en numerosas ocasiones tanto de candidato como ocupando el Palacio de Pizarro, Alan García, insinuó que en su país había sectores que se sentían acomplejados frente a Chile por lo que pedía dejar atrás esa situación y superar con inteligencia al país vecino: «Yo he dicho y reitero que deportivamente, fraternalmente y cariñosamente le vamos a ganar a Chile. Este año nuestros hermanos chilenos crecieron un cuatro por ciento, nosotros ya crecimos un ocho por ciento, entonces ya comenzamos».

Sin embargo, ese impulso y ambición, en ciernes, se fue perdiendo y apagando a lo largo de la segunda década del siglo XXI. Los gobiernos de Ollanta Humala (2011-2016) y los que se han ido sucediendo en el último lustro carecieron de capacidad y respaldos políticos y sociales suficientes para impulsar paquetes integrales de reformas estructurales capaces de adecuar el tejido productivo peruano a los cambios que se iban produciendo en la economía mundial. Además, se extendió la teoría de que la economía y la política caminaban por senderos diferentes. Que una política sumida en la corrupción y la baja capacidad para garantizar la gobernabilidad no era un obstáculo que impidiera un alto crecimiento económico como el que experimentó Perú entre 2001 y 2016 cuando el país se expandió durante tres lustros por encima de la media regional superando el 5%.

Pero la crisis de gobernabilidad de 2016-21 y la pandemia han mostrado que “el rey estaba desnudo”. El Perú no se encontraba preparado económica, sanitaria, política e institucionalmente  para una crisis como la de 2020 y tampoco se ha preparado en estos años para los retos que plantea el siglo XXI. Los gobiernos no han impulsado reformas ni políticas de estado encaminadas a construir una economía más productiva y competitiva, basada en la innovación, vinculada a las cadenas de valor y sostenible social y medioambientalmente.

En este sentido, Alberto Vergara señala que “en el Perú en los últimos 10 años, las voces reformistas que señalaban estos problemas de la representación política, problemas de productividad de la economía, esas voces más reformistas eran acalladas por una élite que cegadas por el dígito del PBI creía que realmente no había mucho que hacer. La expresión de “piloto automático” la decía todo el mundo. Todo el mundo celebraba el piloto automático del Perú donde, no importa qué pasa en las elecciones, siempre sigue con el piloto automático en la economía. Eso iba erosionando la legitimidad política del proceso general peruano, incubando malestares y con una representación política que se iba descomponiendo a una velocidad enorme y que nade quería tocar porque era un punto de conflicto. Más que la captura del estado por las élites o la maldad de las élites, lo que hay es unas élites que se sienten cómodas en un statu quo mediocre y que le teme más a un avispero que podría abrirse y luego no se sepa cómo gerenciar o regular”.

Perú, ¿hacia un nuevo quinquenio perdido?

Por lo tanto, con los resultados de las elecciones del 11 y del 6 de junio, la sombra de un nuevo quinquenio perdido se proyecta sobre el futuro gobierno, tanto si este fuera de Pedro Castillo como de Keiko Fujimori. Si finalmente se confirma la victoria de Castillo, este tendrá enfrente varios obstáculos:

1-. En primer lugar, va a ser un gobierno con escaso margen de acción 

El nuevo presidente se encontrará con que cuenta con casi la mitad del electorado en su contra (el 49,82% que votó por Fujimori lo hizo más en contra de Castillo que a favor de Keiko).  

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Además, una parte considerable de la población está movilizada y empoderada tras ser capaz en 2020 de provocar la renuncia de un presidente. Y por lo tanto está presta a tomar de nuevo las calles lo cual deja a en aprietos a cualquier gobierno y más a uno con tan débil base como el de Pedro Castillo, quien, al menos, tendrá a su favor el tradicional periodo de gracia del que goza quien asume por primera vez la presidencia.

Castillo asumirá un país dividido, fracturado, movilizado, con alto grado de crispación y polarización en los extremos. La campaña y la polémica tras las elecciones por el tema del recuento no han ayudado a calmar las aguas. La propia Michelle Bachelet, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, ha admitido su preocupación por el mal ambiente que se respira en el país: “Si no se aceptan las reglas de la democracia antes, durante y después de las elecciones, la cohesión social puede resquebrajarse peligrosamente. Me preocupa ver cómo, lo que debería ser una celebración de la democracia, se está convirtiendo en un foco de división, que está creando una fractura cada vez mayor en la sociedad peruana, con implicaciones negativas en los derechos humanos”.

Por de pronto, ese estrecho margen de acción de Castillo se traduce en la inestabilidad de la moneda y de los mercados financieros. El sol peruano cayó desde que Castillo ganó la primera vuelta el 11 de abril cerca de un 8%, mientras que el índice selectivo de acciones peruanas retrocedió un 9% durante ese mismo periodo.  Este contexto de incertidumbre y desconfianza explica por qué Castillo ha colocado a Pedro Francke, un economista de izquierdas, pero del sector moderado, como su interlocutor con los empresarios y que se perfile como próximo ministro de Economía. Francke lleva días tratando de apaciguar el ambiente de desconfianza con declaraciones que llaman a la calma: “No habrá expropiaciones, no habrá estatizaciones. Ni confiscaciones ni nada. Todas esas mentiras se dijeron durante la campaña, deformando la propuesta”.

2-. En segundo lugar, no solo el futuro mandatario cuenta con una bancada muy exigua en el Congreso, sino que tiene dificultades para encontrar nuevos aliados

Perú Libre tendrá solo 37 de las 130 bancas del Congreso unicameral. Castillo contará así con un apoyo bajo en un recinto fragmentado en 10 partidos entre los cuales apenas podría conseguir poco más de una decena de respaldos más. En especial de Juntos por Perú, una fuerza situada en la izquierda moderada que suma tan solo cinco bancadas.

El partido por el que se ha presentado Castillo, es la primera minoría del Congreso, pero no llega al 30% de los escaños. Toda esta situación le obligará a ofrecer puestos en el gabinete ministerial y a negociar con otros partidos con representación parlamentaria a fin de encontrar una base más firme de sustento.

3-. La compleja relación de Castillo con su partido

En tercer lugar, es una incógnita cuál va a ser la sintonía con el partido por el cual ha concurrido. Castillo es un sindicalista de heterogénea trayectoria política (militó varios años en la política local bajo la sigla de Perú Posible, el partido del ex-presidente Alejandro Toledo) y que se presentó a las elecciones por un partido que no es el suyo, Perú Libre, que se define como «marxista-leninista-mariateguista». 

Castillo, por su ADN sindicalista, es más negociador que ideológico y la carga ideológica es la que caracteriza a Perú Libre y al líder de esta fuerza, Vladimir Cerrón. Ese sindicalismo no solo no parece muy compatible con el “comunismo” del líder de PL -Vladimir Cerrón- sino que todo apunta a un choque de personalidades entre Cerrón (más liberal en los temas valóricos y de costumbres) y Castillo que es un católico cercano a los grupos evangélicos que se ha mostrado siempre contra el aborto o el matrimonio igualitario.

Castillo no ha dejado de esforzarse por aclarar que él va a ser el máximo responsable del gobierno, que no va a ser manejado por nadie y que no es comunista. También no ha cejado de reiterar su autonomía: “El pueblo está eligiendo a Pedro Castillo, el Sr., Vladimir Cerrón se encargará de su partido, del Partido Perú Libre en forma organizada, en forma estructurada. El pueblo nos dará la confianza a nosotros, seremos nosotros lo que tenemos que gobernar conjuntamente con el pueblo”. Mientras que Cerrón ha repetido que la unidad gobierno-partido está garantizada, insinuando que no existirán injerencias por su parte en la labor del ejecutivo: “La unidad del Partido, el gobierno y el pueblo, garantiza la verdadera democracia. El pueblo ha llevado al gobierno a un verdadero hijo del pueblo”.

En general, su política económica se inclinaría hacia un estado más intervencionista mientras que sus promesas estatizadoras parecen más propias de la primera vuelta, cuando buscaba unificar el voto situado más a la izquierda. Fue entonces cuando Pedro Castillo ratificó que los contratos de las mineras debían ser renegociados y deslizó la posibilidad de nacionalizar las minas para entregarlas a empresarios nacionales “si el pueblo lo requiere”. Sin embargo, en la campaña para la segunda vuelta, giró hacia un mensaje más pragmático, ya que perseguía atraer un voto más moderado. Fue ahí cuando  Castillo reformuló su discurso con el objetivo de calmar los temores y atisbos de pánico financiero que empezaban a extenderse: «No somos chavistas, no somos comunistas, nadie ha venido a desestabilizar este país. Somos emprendedores y garantizaremos una economía estable, respetando la propiedad privada, respetando la inversión privada y por encima de todo respetando los derechos fundamentales, como el derecho a la educación y la salud».

Entonces, ¿quién es Pedro Castillo realmente? Citando a Winston Churchill con respecto a Rusia, Castillo también sería “un acertijo, envuelto en un misterio” y en realidad el gran riesgo a día de hoy reside más en que Perú caiga en la ingobernabilidad que en el “chavismo”.  El analista Alberto Vergara recuerda que “Castillo, si uno ve la trayectoria de sus últimos años, en realidad es un líder sindical que, como ocurre mucho, se va asociando pragmáticamente con quien le permite avanzar sus pliegos de reclamo. Antes fue mucho tiempo de Perú Posible, que era el partido de Alejandro Toledo, que era un partido de centroderecha. Durante años fue militante de ese partido. En esa misma huelga de 2017 así como se alió con sectores cercanos a Sendero Luminoso, se alió en el Congreso con el fujimorismo para descarrilar a la ministra de Educación y acabar con la meritocracia en la educación pública. Cuando Keiko Fujimori le decía en el debate «usted se alía con los terroristas”, yo no entendía por qué Castillo no le decía «pero también me he aliado con usted, hemos sido aliados contra la ministra de Educación«. Es la trayectoria de un hombre pragmático. Más que él como individuo, su problema es la plataforma del partido con el cual se postula. No sabemos si efectivamente va a mandar él o el partido. Si es el partido, lo que están prometiendo, pero sin ningún rubor es un autoritarismo leninista. Es lo que dice su programa. Es la celebración de Daniel Ortega, de Nicolás Maduro. Es la apuesta por un régimen autoritario.

4-. Escasa experiencia política y ausencia de un aparato político

En cuarto lugar, Castillo es una figura con poca experiencia política lo que le diferencia de Evo Morales con quien tanto se le compara. El boliviano, emergido a la escena pública como líder sindical, estuvo, antes de llegar al poder en 2006, por más de una década inmerso en política mientras que Castillo ha sido un sindicalista devenido en político solo recientemente. 

Una falta de experiencia política que no se compensa con la existencia de un aparato político y de un equipo de asesores que le puedan ayudar a alcanzar la gobernabilidad e impulsar políticas públicas. Como apunta Pablo Stefanoni, “la presencia en el gobierno de la «otra izquierda» –urbana y cosmopolita– puede funcionar como un equilibrio virtuoso entre lo progresista y lo popular, aunque también será fuente de tensiones internas. Algunos comparan a Castillo con Evo Morales. Hay sin duda simbologías e historias compartidas. Pero también hay diferencias. Una es puramente anecdótica: en lugar de exagerar sus logros en una clave meritocrática, Morales dice no haber terminado el secundario (aunque algunos de sus profesores aseguran lo contrario). La otra es más importante a los efectos del gobierno: el ex-presidente boliviano llegó al Palacio Quemado en 2006 tras ocho años de trayectoria como jefe del bloque parlamentario del Movimiento al Socialismo (MAS) y la experiencia de una campaña presidencial en 2002, además de tener detrás una confederación de movimientos sociales con fuerte peso territorial, articulador en el MAS. Castillo tiene, por ahora, un partido que no es propio y un apoyo social/electoral aún difuso”.

Conclusiones 

Perú se ha sumido en numerosas incógnitas desde que tuvo lugar la segunda vuelta de las presidenciales. A corto plazo, incertidumbre por los resultados y a medio dudas sobre la gobernabilidad. Todo apunta a que pese a las denuncias de fraude, movilizaciones por parte del fujimorismo y de recuento de los votos al final los resultados acabarán situando como ganador a Pedro Castillo.

A medio plazo, la gran incertidumbre es la gobernabilidad. El posible futuro gobierno de Castillo se va a encontrar con un reducido margen de acción, una bancada muy exigua para respaldarle en el Congreso, una compleja relación con su partido así como escasa experiencia política. Una falta de experiencia política que no se compensa ni con la existencia de un aparato político ni de un equipo y cuadro de asesores.

Todo indica que Pedro Castillo, consciente de su debilidad en el Congreso (apenas tiene 37 diputados de 130) y social (casi el 50% votó contra él más que por Fujimori), tratará de buscar aliados entre los partidos no solo de izquierda sino también de centro y centroderecha para alcanzar cierto grado de gobernabilidad y rodearse de un equipo con experiencia. Es el caso de su actual cercanía con la izquierda moderada de Verónika Mendoza y con el economista Carlos Francke. Con esos apoyos (Mendoza y Francke) y por la falta de un sólido bloque a su favor, más que buscar un cambio radical vía Asamblea Constituyente, tratará de pactar con el sector empresarial, en especial las grandes mineras. No tanto buscando expropiaciones o nacionalizaciones sino un incremento del pago de impuestos con los que poder financiar el gasto social y las demandas de los sectores empobrecidos por la pandemia.

Esta se antoja como la única salida viable para eludir el choque de trenes institucional, una crisis de gobernabilidad o parálisis legislativa. En caso contrario toda esta situación conduciría a la quiebra institucional con un gobierno de Castillo sin mayoría parlamentaria. Como apunta Alberto Vergara, “en un país tan desestructurado políticamente, con tan pocos partidos, sin vida sindical, una sociedad básicamente informal, todo está muy en el aire para que la política pueda moldear esto de alguna manera. Castillo es como un líquido que será de la forma que el recipiente le otorgue. Lo que no sabemos es qué recipiente va a ser ese”. 

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