En 2017, cuando empezó el actual ciclo electoral latinoamericano, no se hablaba de otra cosa: la región había iniciado en 2015 un «giro a la derecha» que se debería confirmar entre 2017 y 2019. Sin embargo, a falta de tres elecciones presidenciales (Bolivia, Uruguay y Argentina) en el tramo final de este año, todo indica que en las citas ante las urnas en estos dos últimos años confirman que América Latina hay más de heterogeneidad que de giro a la derecha.
El politólogo Simón Pachano señala que “en el panorama que se está configurando no se advierten señales favorables para una de las dos tendencias. Las izquierdas podrán ganar elecciones gracias al recuerdo de los años de bonanza y a la amnesia colectiva acerca de la corrupción, pero tendrán muchos problemas en el momento de gobernar con escasos recursos. Las derechas no tendrán mejores opciones si continúan con las viejas recetas económicas de alto costo social. Es un giro hacia la heterogeneidad que puede ser saludable”.
Efectivamente,la realidad latinoamericana es más heterogénea y variada. Ya en 2018 la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México venía a cuestionar ese pretendido giro, como la de Carlos Alvarado en Costa Rica. Y ahora, lo ocurrido en las PASO argentinas, como preludio de lo que puede suceder en las presidenciales de octubre, viene a confirmar que si la victoria de Macri en octubre de 2015 abrió un nuevo periodo, su derrota en las PASO y su hipotético hundimiento en las presidenciales del 27 de octubre, pueden cerrar ese círculo que se abrió hace un cuatrienio.
En Bolivia las últimas encuestas muestran a Evo Morales cerca del 40% que le daría la victoria en primera vuelta y a una oposición dividida (Carlos Mesa por un lado y Óscar Ortiz por otro) que no ha sido capaz de construir una única alternativa ni de atraer a un cuarto de la población que aún permanece indecisa.
En Uruguay, la coalición de izquierda (el Frente Amplio) llega a las elecciones de octubre lastrada por el desgaste de casi tres lustros en el poder (2005-2020), el estancamiento económico y la ausencia de los grandes liderazgos (Tabaré Vázquez y José Mujica) que condujeron al frenteamplismo a cosechar tres victorias consecutivas. Esas debilidades se traducen en la más baja intención de voto (por debajo del 40%) desde 2004 lo que se compensa con una oposición no solo dividida sino más enfrentada que nunca desde hace dos décadas ya que el renacimiento del coloradismo provoca que los blancos no sean los favoritos para disputar el balotaje.
Toda esta situación latinoamericana viene a ratificar que los cambios no aparecen vinculados al eje derecha-izquierda puesto que son de diferente naturaleza. Además, el calificativo de “derecha” (como el anterior de “giro a la izquierda”) es excesivamente simplificador y poco descriptivo de la compleja y heterogénea realidad latinoamericana.
El electorado, en la mayoría de las ocasiones, vota más contra los gobiernos que a favor de determinadas opciones ideológicas. Es decir, al acercarse a las urnas la ciudadanía ejerce un “voto de castigo”: castiga la gestión de los gobiernos y no respalda a los candidatos del oficialismo y premia a los opositores.
De hecho, los últimos siete comicios se han saldado con triunfos opositores. Los candidatos oficiales recibieron duros castigos (en El Salvador, el FMLN fue el tercero más votado y en México el PRI en el poder quedó a treinta puntos del vencedor) o no lograron acceder a la segunda vuelta (Colombia).
Asimismo, igual que el calificativo “giro a la izquierda” era simplificador y pasaba por alto las diferencias entre los diferentes componentes de esa “izquierda”, el término giro a la derecha esconde igualmente importantes diferencias y contrastes.
A lo largo de estos años han emergidos diferentes derechas: de carácter centrista como la de Macri en Argentina o Piñera en Chile; otra de carácter más conservadora (Duque en Colombia); una derecha dura y ultranacionalista en Brasil (Bolsonaro); de formas abiertamente autoritarias en Honduras (Juan Orlando Hernández) e incluso una derecha aliada de figuras que proceden de la izquierda como en El Salvador donde GANA (escisión de la derechista ARENA) respaldó a Nayib Bukele quien procedía del izquierdista FMLN.